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domingo, 11 de diciembre de 2011

INTELIGENCIA EMOCIONAL (II): LA EMPATÍA


“El cerebro no es un vaso para llenar, sino una lámpara para encender”
                                                                                                      Plutarco

Como vimos anteriormente, necesitamos utilizar (que no perder) un rato diario de nuestra apretada agenda para conocernos y comprendernos. Al principio será necesario más tiempo, pero cada día nos hará falta menos. No siempre hace falta leer grandes libros ni acudir a expertos psicólogos (un saludo para ellos, por supuesto). La mayor parte de los conocimientos que requerimos para esto ya los tenemos dentro. Sólo hay que buscarlos y sacarlos al exterior. Esto ha de ser un trabajo diario. Es algo parecido a “organizar el armario”: cuanto más colocado esté, antes y mejor encontraremos las cosas.

Aquello de encontrar la palabra adecuada en cada momento lo demuestra. Cuando alguien nos pide consejo, a todos se nos pasan por la cabeza 2 tipos de reacción: Decirle lo que necesita oír o decirle lo que quiere oír. Descarto absolutamente la de decir lo primero que nos viene a la cabeza, que por cierto es la más extendida. Respecto a las 2 válidas, seguro que si os doy a elegir una todos responderíais con un “depende”. Efectivamente, esa es la respuesta. Depende. Depende del tipo de problema que origina la duda, depende de quién sea el interlocutor, depende de tu implicación con las consecuencias de la respuesta, depende de tu estado de ánimo (fundamental, y seguro que no lo teníais enumerado).

La reacción correcta es una indefinida fórmula (distinta en cada caso) de combinación entre lo que quiere oír y lo que necesita oír. El hecho de preguntarse por todos esos factores de los que depende la respuesta significa intentar evaluar tanto la parte lógica como la emocional, no sólo de nuestro interlocutor, sino la nuestra. Y esto nos servirá (como siempre tanto en el plano personal como en el profesional), para responder adecuadamente a cada duda planteada. 

De reaccionar así, estaremos aplicando la empatía, que es una de esas palabras que apareció en nuestro vocabulario hace algunos años, y que sacamos de vez en cuando sin saber exactamente dónde colocarla.

Empatizar es ponernos en el lugar del otro. Sé lo que estás pensando. Si tienes que reprender a un empleado por un mal trabajo, se lo dices tal cual, si puede ser gritando mejor, que la letra con sangre entra. Os diré lo que haría un jefe empático. Pensaría en las veces que le han regañado a él, en cómo se sintió, en cómo le hubiera gustado que se lo dijeran: -” ¿Reaccioné bien cuando me levantaron la voz? ¿Cuándo me abroncaron, hubiera preferido que estuviéramos a solas? ¿Me hubiera gustado que me lo hubiera argumentado con ejemplos?”- (aquello de la crítica constructiva o destructiva). Pensad en qué tipo de reprimenda es más eficaz para que el trabajador se ponga a trabajar de nuevo y que la próxima vez los resultados sean los esperados (no os despistéis, el motivo de una bronca es sólo ese). Como escribió Aristóteles en Ética a Nicómano: ”Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo.”

Y este tipo de razonamiento lógico-emocional no sólo es válido para lo negativo. Os voy a lanzar una pregunta y tomaos unos segundos para contestar. ¿Reconocemos lo suficiente a nuestros subordinados los trabajos bien hechos? Pues bien, a esto se le llama Feedback positivo, y le dedicaremos un post completo.