“El cerebro no es un vaso para llenar,
sino una lámpara para encender”
Plutarco
Como vimos anteriormente, necesitamos utilizar (que no
perder) un rato diario de nuestra apretada agenda para conocernos y comprendernos. Al principio será necesario más tiempo,
pero cada día nos hará falta menos. No siempre hace falta leer grandes libros
ni acudir a expertos psicólogos (un saludo para ellos, por supuesto). La mayor
parte de los conocimientos que requerimos para esto ya los tenemos dentro. Sólo
hay que buscarlos y sacarlos al exterior. Esto ha de ser un trabajo diario.
Es algo parecido a “organizar el armario”: cuanto más
colocado esté, antes y mejor encontraremos las cosas.
Aquello de encontrar la palabra adecuada en cada momento lo
demuestra. Cuando alguien nos pide consejo, a todos se nos pasan por la cabeza
2 tipos de reacción: Decirle lo que
necesita oír o decirle lo que quiere oír. Descarto absolutamente la de
decir lo primero que nos viene a la cabeza, que por cierto es la más extendida.
Respecto a las 2 válidas, seguro que si os doy a elegir una todos responderíais
con un “depende”. Efectivamente, esa es la respuesta. Depende. Depende del tipo
de problema que origina la duda, depende de quién sea el interlocutor, depende
de tu implicación con las consecuencias de la respuesta, depende de tu estado
de ánimo (fundamental, y seguro que no lo teníais enumerado).
La reacción correcta es una indefinida fórmula (distinta en
cada caso) de combinación entre lo que quiere oír y lo que necesita oír. El hecho
de preguntarse por todos esos factores de los que depende la respuesta
significa intentar evaluar tanto la parte lógica como la emocional, no sólo de
nuestro interlocutor, sino la nuestra. Y esto nos servirá (como siempre tanto
en el plano personal como en el profesional), para responder adecuadamente a
cada duda planteada.
De reaccionar así, estaremos aplicando la empatía, que es una de esas palabras
que apareció en nuestro vocabulario hace algunos años, y que sacamos de vez en
cuando sin saber exactamente dónde colocarla.
Empatizar es ponernos en el lugar del
otro. Sé lo que estás pensando. Si tienes que reprender a un empleado por un
mal trabajo, se lo dices tal cual, si puede ser gritando mejor, que la letra con sangre entra. Os diré lo
que haría un jefe empático. Pensaría en las veces que le han regañado a
él, en cómo se sintió, en cómo le hubiera gustado que se lo dijeran: -”
¿Reaccioné bien cuando me levantaron la voz? ¿Cuándo me abroncaron, hubiera
preferido que estuviéramos a solas? ¿Me hubiera gustado que me lo hubiera
argumentado con ejemplos?”- (aquello de la crítica constructiva o destructiva).
Pensad en qué tipo de reprimenda es más eficaz para que el trabajador se ponga
a trabajar de nuevo y que la próxima vez los resultados sean los esperados (no
os despistéis, el motivo de una bronca es sólo ese). Como escribió Aristóteles en
Ética a Nicómano: ”Cualquiera puede
enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada ,
en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo
correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo.”
Y este tipo de razonamiento lógico-emocional no sólo es válido para lo negativo. Os
voy a lanzar una pregunta y tomaos unos segundos para contestar. ¿Reconocemos
lo suficiente a nuestros subordinados los trabajos bien hechos? Pues bien, a
esto se le llama Feedback positivo,
y le dedicaremos un post completo.