Quien dijo aquello de “la soledad del poder” no estaba sino afirmando que era un mal jefe.
No hay más que coger al azar una empresa cualquiera de una ciudad cualquiera de un sector cualquiera. Apenas nos bastarían unos minutos para identificar el rol de cada trabajador en esa empresa. El currante no levantará la vista ante nuestra presencia: tiene mucho por hacer y no eres más que una visita. El escaqueador, irá corriendo a merodearte desde su posición privilegiada junto a la máquina de café, a ver si nace alguna conversación en la que poderse enganchar. Fíjate en su media sonrisa y su mirada fija. El asistente del jefe (podría decir secretari@, pero nunca me gustó esa palabra) se acercará a preguntarte si puede ayudarte en algo, y lo diferenciarás del dispuesto porque el primero utilizará un tono y una educación exquisitos, y el segundo no necesariamente. Pero el jefe, ése está claramente identificado por el halo de autosuficiencia y responsabilidad que brota por sus poros. Sabrá perfectamente a qué hora llegaste, de qué color es tu traje, si cepillaste los zapatos antes de salir de casa, el perfume que llevas y de qué región de España eres, pero todo esto sin que tú te enteres. O al menos eso es lo que piensa él. Apenas habrá levantado la vista, y si lo hizo, ya procuró bajarla mucho antes de que pudiera coincidir con tu mirada. Si tienes dudas, también se le identifica porque a medida que te alejas de él, el volumen de las conversaciones es cada vez más elevado, mientras que en sus alrededores da la sensación de estar en una abadía.
No nos engañemos. Así nos ven la mayor parte de los subordinados. Porque somos lo que somos y porque somos como somos. Y como soy el jefe, no tengo por qué cambiar nada.
Por suerte para todos, esta tendencia directiva tiende a suavizarse (decir desaparecer me llenaría de orgullo y satisfacción, como a aquél, pero sería exaltar la verdad). Y digo por suerte para todos porque no sólo los empleados se benefician de este cambio de actitud, sino la empresa y hasta tú mismo. (Por cierto, en otra ocasión hablaremos de actitud y aptitud)
Cuando hablamos de Recursos Humanos, tenemos tendencia a pensar en ese recurso de igual forma que si de herramientas de una caja se tratara. Pero las personas tienen unas cualidades características que los hacen distintos: Cambian. Cambian con el tiempo, con la estación del año, con tu trato hacia ellos, con el precio del barril de petróleo y con el del pan. Cambian y sienten. Y padecen. Nadie en su sano juicio diría de una lijadora: -“Como hoy no me ha valido para hacer un taladro, mañana lo volveré a intentar.” Con las personas sí. Lo que hoy no ha valido, creemos que por sí solo mañana si valdrá.
El objetivo de este blog es reeducarnos como jefes. Aprender nuevas técnicas de gestión de equipos. Proponer ejercicios para realizar con nuestros grupos, y por último, evaluar los nuevos rendimientos de nuestro personal. Os daréis cuenta de que para aumentar el rendimiento productivo de una empresa no siempre es necesario trabajar más horas o añadir nuevas máquinas…